Una vez, hablando con una amiga, de repente pensé: «¿Y si grabamos nuestra conversación y la subimos a internet?». Así nació la idea del pódcast. Siempre escuchaba proyectos estadounidenses presentados por personas de piel oscura. Y aunque pueda parecer un detalle menor, esos ejemplos me daban fuerza: me permitían decirme a mí misma, «yo también puedo». En aquel entonces en España casi no había nada parecido, y me lancé.
Grabé el primer episodio, lo publiqué… y el día del estreno bloqueé a toda mi familia en las redes sociales. Sabía que, si lo veían, intentarían desanimarme, diciéndome que esas cosas no se hacen, que qué pensará la gente. No quería que sus palabras me apartaran de mi camino.
Pasaron seis meses y me invitaron a una entrevista en el periódico principal de Girona. Entendí que mi madre se enteraría de todas formas, así que era mejor decírselo yo misma. «Mamá, tengo un pódcast. Grabo vídeos y los subo a internet. No he hecho nada malo». Me escuchó y, para mi sorpresa, se alegró. Desde entonces, mi madre se ha convertido en una de mis aliadas más fieles, incluso aunque no siempre entienda del todo a qué me dedico.